Pimientos asados.

Esta bandeja son los pimientos listos para asar que el otro día os enseñé cuando los recolecté y retiré la hierba que los rodeaba. 

 Hoy hemos hecho la primera ensalada con ellos y ésta es la fotografía de cuando estaban limpios y dispuestos para aliñarlos, otro día os enseñaré las diferentes formas en que los guisamos.

En el proceso de limpiado, el primer paso es eliminación de semillas, pezón y pieles. Cuando -como en este caso- los pimientos están bien asados y tienen la carne tersa y gruesa, se pelan muy bien y da gusto hacerlo; no es así cuando la piel queda pegada a la carne y se separa con dificultad, o cuando la carne es demasiado fina ya que además de quedarse en nada no están jugosos.

Este año, por falta de tiempo los he asado en horno eléctrico, donde han estado 90 minutos a 200 grados. Otros años lo hago en el de leña, con encina que les da el punto inconfundible del ahumado de ésta. Como aún tengo bastantes por recolectar, comeremos cada día, con distintos guisos, y el resto los congelaremos, aunque cada cosa tiene su tiempo y como ahora nunca para degustarlos cada día.

Como en otra ocasión comenté, mi niñez y adolescencia la pasé en la panadería que había en mi casa. Desde finales de agosto y durante todo septiembre era un trajín continuo, la gente llevaba los platos de pimientos para asar en el horno, que era -por supuesto- de leña de encina. Terminada la faena de fabricación del pan diario, se asaban los pimientos con la temperatura residual. Todo el pueblo  traía sus fuentes de pimientos que esperaban pacientemente el turno para entrar al horno y la panadería a cambio cobraba una pequeña cantidad por el servicio, concretamente de dos pesetas.

Ese dinero solía ser para la hucha que los pequeños de la casa destinaban a las cercanas fiestas de S. Miguel  el 29 de septiembre, y suponía la justa recompensa por encargarse de atender a las señoras que solían venir a recoger sus fuentes de pimientos justo a la hora de comer.